Por Lorenzo Verdasco
Hay una frase que repite mucha gente de por lo menos 60 años, y que quizá constituye un lugar común de una época acá en Tucumán, por suerte no son todos los sexagenarios, y lo hace con cierta picardía, como diciendo: ¿vieron que yo también soy desprejuiciado/a? La frase es: “Una mujer debe ser una señora en sociedad y una puta en la cama” A mí siempre me pareció un dicho repugnante, y no porque yo cultive algún tipo de moralina. De ninguna manera. Digo que este dicho me parece repugnante por la división que plantea en la personalidad humana. Las personas que repiten esto, se horrorizan ante una muestra de Ferrari, por ejemplo (quizá se animen a apreciar la obra cuando están en la cama) Lo que quiere decir la frasecita es que “la mujer” debería ser sensual en el momento del amor, y todo lo contrario en una reunión pública. Cuando la persona se ve obligada a escindirse, se plantea el principio de la inautenticidad. Platón hace lo mismo con los guardianes de su “República”: pretende que estos custodios del orden sean implacables con los que violan la ley y amables con los que la siguen. El problema que hace naufragar la propuesta de Platón es que no existe ser humano que pueda llevar a cabo división semejante. Cuando se es implacable, o cruel, se lo es siempre: con los que violan la ley, y con los otros. El problema del que pide “mano dura” (léase gatillo fácil) contra el delito es que él no se ve como posible víctima de ese mismo gatillo fácil. Cree en la fábula platónica de que el guardián sólo es malo con los malos. En las sociedades modernas, estos guardianes deben responder ante un poder judicial, aunque mas no sea de u modo formal.
Un lamentable ejemplo de esto que se está diciendo es el caso de Ferreyra, mal llamado “Malevo” Porque los malevos eran otra cosa. ¿Podemos decir que Ferreira era un hombre “amable” con el que cumplía la ley?. Por lo demás ¿Alguien alguna vez lo vio de uniforme a Ferreyra? Es importante observar esto porque un policía se define, entre otras cosas, por el uniforme que lleva. Hay excepciones, dirán algunos: los que andan de civil, hablando con propiedad, los servicios de inteligencia o agentes de investigaciones. De estos individuos sólo se habla en las películas, mientras que en la realidad todos hacen la vista gorda. Cosnstituyen el aparato secreto de la policía; los que se encargan de realizar los trabajos más cuestionables: la tortura, el apriete, la mentira (para ser espía hay que mentir, fingir ser amigo del delincuente hasta traicionarlo, etc). ¿Se puede pensar que la gente que se dedica a “eso” como un trabajo más, nunca va a involucrar su “oficio” con los ciudadanos que no delinquen?¿Habrá que confiar en Platón?
Volvamos al Sr. Ferreyra, porque los malevos eran otra cosa, si éste no llevaba uniforme es porque era de “investigaciones”, me contestará quizá un admirador. Pero la gente de investigaciones está también obligada a cierto bajo perfil. Ferreyra, en cambio, cultivaba una figura cinematográfica cuidadosamente modelada por periódicos y gente de la cultura. Y ahora una pregunta me viene a la mente: ¿Para qué se visten de civil algunos policías? ¿Para no llamar la atención?. ¿Entre otras cosas, para infiltrarse en las manifestaciones?, ¿para levantarse un chico delicado en el parque 9 de Julio y después llevarlo engañado a una “taquería” y apretarlo para que les de plata; y si no tiene, hacerlo que llame por teléfono a un amigo que le preste? ¿Cuánto? ¿Cerramos en 150? Claro: estas cosas los guardianes de Platón no lo pueden hacer con uniforme. Pero Ferreyra sí llamaba la atención. Era un policía vestido de civil, que se paseaba entre civiles, pero haciéndose notar, para que todos sepamos QUE NO ES UN CIVIL. ¿ES ESTO SER AMABLE CON LAS PERSONAS DECENTES? ¿Querría Platón al Malevo para edificar su república? Presumiblemente no.
Claro que las personas con poca educación democrática se sienten cómodas y seguras con un individuo capaz de matar a sangre fría delincuentes atados, y llaman a esto un acto de valentía. De eso no cabe ninguna duda. En el fondo estaríamos “cumpliendo con nuestro destino latinoamericano”, como dice Borges que pensaba Laprida, cuando sonreía mientras era degollado. Sin embargo, muchos de nosotros, carecemos de razones para estar contentos mientras nos arrebatan el último aliento. Yo los invitaría a que lean una nota del diario tucumano El Siglo del 24/11/2008, titulada “Miles de Personas despidieron los restos del Malevo Ferreira” en ese verdadero panegírico a la figura del Malevo (según testigos presenciales fueron 700 personas, y cuando depositaron el féretro bajo un tinglado en cementerio de San Andrés, un repentino tornado arrancó de cuajo la construcción de chapa, plegándola en el aire, los supersticiosos tienen aquí un material importante para contrarrestar el mito de santidad que se le terminará por endilgar) en el pasquín citado, decíamos, se pondera permanentemente “la lucha contra el delito”, olvidando que el fusilamiento de detenidos también es un delito. El asesinato de presos ceba al hombre, con uniforme o sin él, y lo vuelve una bestia sedienta de sangre. En la década del 80 toda la mano de obra desocupada que quedara de la dictadura se dedicaba a matar por que sus miembros estaban cebados. Esos parapoliciales y paramilitares tan parecidos al Malevo y con los que él trabajó aniquilando a los opositores de izquierda, no nacieron así: alguien les fue enseñando que el invadir casas o departamentos, el matar o secuestrar, el torturar y hacer desaparecer, etc. era una actividad encomiable, sobre todo porque luego podían saquear impunemente los objetos de valor, poseer sexualmente a las víctimas que les gustara, etc. Es decir, además del cobro de su sueldo, tenían numerosas posibilidades “extras”. Lo que el mismo Jorge Asís que hoy sale a defenderlos llamó en algún momento “Canilla libre para la muerte”.
Si queremos combatir el delito, hay que empezar por cambiar los hábitos de la policía. De nada sirve que yo me ponga acá a enumerar los gravísimos crímenes que el “Malevo” no se atrevió a enfrentar en la corte: están en cualquier diario de Buenos Aires. Los diarios tucumanos son un poco olvidadizos.
Para terminar, se podría afirmar como conclusión que el capital simbólico que emana de la figura de Ferreyra, no contribuye en absoluto a alimentar el ideal de una policía que se ajuste a la ley. Principalmente porque Ferreyra es un policía que se mató para no dar explicaciones, y es muy peligroso que hombres armados, supuestamente empleados del estado, merodeen por la provincia sin contar con un ente al cual deban dar explicaciones. Platón, por otro lado, encontraría la muerte del “Malevo” a mucha distancia de la de su maestro Sócrates.
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